Continúo con la
descripción de nuestra situación en los últimos tiempos antes de entrar en
harina. En las primeras décadas del sigo XX el proceso de industrialización se
aceleró y, a la vez, se polarizó de manera exagerada, por lo menos
espacialmente. Con ello se produjo un incremento de la emigración a las
ciudades en las que se establecieron los polos de desarrollo industrial. No
obstante el crecimiento de población urbana aún coexistía con un crecimiento
moderado de población rural en algunos casos y en otros con un estancamiento. Pero
la población ocupada en el sector primario no ha dejado de disminuir desde el
año 1900, excepto en el periodo correspondiente comprendido entre
1925 y 1945. No obstante, por efecto de la transición demográfica, en 1940 el
total de la población rural seguía estando en los niveles de 1900. En palabras
de Vicente Pinilla y Luis Antonio Sáez, del Centro de Estudios sobre
Despoblación y Desarrollo de Áreas Rurales (CEDDAR), “el declive demográfico relativo de las zonas rurales había comenzado,
pero no el absoluto. Es decir, la población rural en España había descendido en
términos relativos al pasar de representar el 68 % de la población total en 1900 a un 52 % en 1940, pero
en términos absolutos aún se había incrementado ligeramente (de 12,5 millones
en 1900 a
13,3 en 1940 ” [1].
El descenso
espectacular de población rural española se produce entre 1950 y 1975, en
paralelo a un desarrollo económico igualmente espectacular. Tal fue el descenso
que la línea contínua de caída de la población ocupada en el sector primario no abandonó su tendencia hasta el año 2008. En definitiva esa
situación, pasada ya la crisis, nos ha dejado la realidad de que en el año 2017
la población rural representaba sólo el 18 % de la población total, cuando en
los años 50 suponía aún el 39 %. Pero este descenso ha sido muy desigual a lo
largo de nuestra geografía, produciéndose en las zonas del interior una perdida
de población del 50 %, mientras que, por ejemplo, en la zona cantábrica se
limitaba al 25 %.
Después del
1975, en la década de los 80 el abandono de las zonas rurales fue perdiendo la
inercia que había tomado con la industrialización y a partir de entonces esa
emigración se ha mantenido en bajos niveles hasta hoy. Una de las razones de
esta desaceleración es el hecho de que la emigración rural de los años 1950 a 1975 fue de tal
magnitud, produjo un vaciado tan importante de las zonas rurales, que ya había
poco de donde sacar, pero además la emigración fue mayoritariamente
protagonizada por jóvenes y mujeres, por lo que los efectos en el índice de
nupcialidad y la tasa de natalidad dejaron una población envejecida y con
escasa motivación para la emigración. Se puede añadir que el compartido
protagonismo de las mujeres rurales en aquel éxodo, motivado en buena medida
por rebeldía contra su posición de injusta subordinación en la sociedad rural,
afectó a la proporción entre mujeres y varones en las zonas afectadas por la
emigración, superando el número de varones al de mujeres en un 15 % aproximadamente
y por lo tanto afectando a la tasa de natalidad. Por otro lado, no se puede
olvidar que la reconversión industrial (Gráfico), que se inició entre 1975 y
1980, provoco sin lugar a dudas un frenazo en la migración del campo a la
ciudad, aunque no propició el regreso a los pueblos de origen de aquellos
emigrantes, pero si dejo un nivel de desempleo considerable en el entorno
urbano que desmotivaba a los que aún pudieran considerar la posibilidad de
emigrar a la ciudad.
Desde los
comienzos del presente siglo hasta la crisis económica del 2008 el abandono de
las zonas rurales, en general, siguió reduciendo su velocidad, pero a esa
característica se le unía la importante heterogeneidad de comportamiento según
las diferentes zonas de España, que por otra parte estaba ya presente desde los
años 60-70. Esa heterogeneidad se traduce en grandes diferencias entre
territorios que han estado perdiendo población lentamente como son los casos de
la Cordillera Ibérica ,
el Pirineo, las llanuras salmantinas, zamoranas, palentinas, cacereñas y las
zonas próximas a la frontera con Portugal, los Montes de Toledo, Sierra Morena
y Prebélicas. Mientras que ese despoblamiento apenas se observaba, o incluso se
podía detectar alguna recuperación, en Galicia, Murcia, Alicante, entre otros.
En estas últimas zonas, en las que se cuenta con algunos núcleos de población
próximos económicamente dinámicos, se produce el efecto de integración de
núcleos más reducidos, es como una bola de nieve que arrastra a todos a
constituir una zona “rural dinámica”, con una masa crítica de población y
actividad económica diversificada. Y este hecho se repite con mayor fuerza en
zonas como la periferia de Madrid, el valle del Ebro, la costa del
Mediterráneo, las costas gallegas y asturianas, el interior del País Vasco y de
Andalucía y las Vegas Bajas del Guadiana. Colaborando a esa heterogeneidad
tenemos zonas que son polos de atracción de población, generalmente en la
periferia peninsular, excepto en el caso de Madrid y unos pocos polos
secundarios más en el interior[2]. Algunas
de estas zonas “rurales dinámicas” e “intermedias” y los grandes núcleos
poblacionales han incrementado su población, en buena parte debido a la
inmigración extranjera que atrajo la buena situación económica y el boom
inmobiliario previos a la citada crisis.
Pero la crisis nos trajo un parón en la inmigración
y, como consecuencia, ésta ya no pudo compensar el crecimiento vegetativo
negativo de la población. Posteriormente, superada (se supone) la crisis, el
incremento de la inmigración ha sido moderado y, como ya he comentado
anteriormente, no compensa los problemáticos parámetros demográficos que
tenemos en España y por lo tanto la despoblación ha ido comiendo terreno. En el
caso concreto del mundo rural, si no se adoptan las políticas adecuadas, la
población rural tenderá a disminuir de manera paulatina, aún en ausencia de
migraciones campo-ciudad, como consecuencia del crecimiento vegetativo negativo
que le viene afectando. Las más afectadas serán las zonas rurales profunda,
estancada e intermedia las que se verán más afectadas. Sin olvidar que el resto
del territorio a la larga se verá afectado también por el crecimiento
vegetativo negativo de la población, su envejecimiento y la dificultad de
relevo generacional.
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