miércoles, 20 de noviembre de 2019

LUCHA CONTRA LA DESDPOBLACIÓN (I)

LUCHA CONTRA LA DESPOBLACIÓN (I)

La España vaciada es uno de los gran problemas de estos tiempos, otro desafío que debemos afrontar con decisión e inteligencia para darle una solución duradera y realista. El despoblamiento rural, que lleva ya unos años afectando a amplias zonas de España, es un problema demográfico de primera magnitud y también lo es desde el punto de vista de la conservación del medio ambiente y de la necesaria recuperación de zonas que han caído, o están próximas a hacerlo, en la  matorralización del terreno y desaparición de pastos debido al abandono de la actividad del pastoreo, de la ganadería extensiva y de la falta de limpieza de los montes.

 De forma indirecta, la despoblación de las zonas rurales y las actuaciones que se emprendan para darle solución afectarán indudablemente a la tasa de natalidad en nuestro país. Los efectos perniciosos de este problema demográfico sobre los servicios básicos en las zonas rurales afectadas, además de producir un efecto salida hacia las grandes poblaciones, influye negativamente en la percepción que tiene la escasa población joven sobre la oportunidad y conveniencia de tomar la decisión de tener hijos. Porque, al fin y al cabo, lo que se está produciendo en las denominadas zonas “rurales profundas” y “rurales estancadas”[1] es la escasez y lejanía de los servicios, que han venido a consecuencia de la escasa masa crítica de población en esas zonas, sin olvidar las consecuencias de los recortes producidos por los ajustes presupuestarios que llegaron con la crisis económica de 2008. Todo ello ha ido conduciendo, inexorablemente, al abandono de pequeñas y medianas poblaciones, al envejecimiento de su población, a la desvitalización de la zona y la desestructuración social. Este fenómeno no es exclusivo de nuestra nación, pero nos afecta en mayor medida que a la mayoría de los países del sur de Europa  y a algunos otros del resto del continente.




En las zonas que he mencionado, rural profunda y estancada, la densidad de población no ha sido nunca muy elevada. Y el hecho viene de lejos, los dos imperios que mayor influencia han tenido en España, el romano y el árabe, dominaron el territorio desde las ciudades y núcleos de población importantes, dejando entre ellos grandes espacios escasamente poblados y dedicados al abastecimiento de aquellos. En esos espacios se distribuían pequeñas poblaciones poco habitadas que no eran prácticamente consideradas en su esquema de civilización. Lo importante para ellos era la ciudad, su diseño urbanístico, las edificaciones públicas, las casas de sus habitantes, la ingeniería sanitaria y su defensa. Aquella distribución poblacional pervivió posteriormente, de tal manera que en España, antes y después de la unificación de los diferentes reinos, la mayor parte de la población vivía en urbes de cierta importancia y en sus aledaños y entre ellas las pequeñas poblaciones y los extensos territorios contaban con una baja densidad de población. Esa situación se seguía dando en 1900, en esas zonas del interior de España no se superaba una densidad de 20 hab./km2, pero lo importante, lo que hacía la vida posible en ellas era que había una economía sostenible basada en una agricultura y ganadería tradicional enmarcadas en un mercado diversificado que abarcaba, además de las zonas rurales antes mencionadas, las denominadas zonas “rurales intermedias” y “dinámicas”[2], que constituían juntas un conjunto rural que contaba con manufacturas y artesanía, además de disponer de unos servicios básicos de proximidad. Y toda esa red de poblaciones, más o menos habitadas y separadas, orbitaba alrededor de una cabecera comarcal[3] que añadía a las posibilidades económicas antes indicadas una mayor diversificación económica y unos servicios que cubrían las propias necesidades y asistían a su comarca. En el estudio “Algunas consideraciones acerca de la evolución de la población rural en España en el siglo XIX” de Pilar Erdozáin Azpilicueta y Fernando Mikelarena Peña[4], se  afirma que los ganaderos y campesinos, a mediados del siglo XIX, no dependían solamente de sus labores agrarias y ganaderas, sino que recurrían a la pluriactividad, para captar ingresos y alimentos en actividades vinculadas con la artesanía o la industria dispersa, con el monte o con los servicios.
 
Todo ello propiciaba una situación demográfica más o menos estable. Pero esta pluriactividad entró en declive a mediados de siglo XIX, a causa de la crisis que afectó a las diversas actividades industriales tradicionales de las zonas rurales, el “languidecimiento de la arriería y de la carretería” debido a la expansión del ferrocarril y la pérdida de derechos sobre montes y bosques comunales debida a la desamortización y enajenación de monte público y a las masivas privatizaciones y adjudicaciones en subasta que siguieron. 




La industrialización que amenazaba a la industria artesanal y dispersa se produjo con un marcado carácter de polarización espacial y también sectorial, ejemplo de ello fue la concentración de la fabricación textil en Cataluña y de la consiguiente desubicación de otros lugares del resto de España, afectando negativamente a tejedores a tiempo completo y a campesinos-tejedores empleados a tiempo parcial en aquellas industrias de carácter artesanal. Entonces comenzó una migración de cierta consideración desde las zonas rurales hacia las capitales de provincia, comenzando también entonces una emigración aun reducida hacia el extranjero, básicamente a ultramar. Esta emigración, al ser mayoritariamente de hombres jóvenes, producía una disminución de la nupcialidad o, cuando menos, un retraso de los matrimonios y consecuentemente una disminución de la natalidad y de la densidad de población rural.
 
Al efecto de la industrialización espacialmente polarizada se sumaron las consecuencias que vendrían derivadas de la crisis agraria finisecular[5]. A pesar de todo ello persistía un frágil equilibrio demográfico en las zonas rurales, sobre todo gracias a la transición demográfica”[6].
 
En definitiva la distribución poblacional en la España interior siempre ha sido muy heterogénea, coexistiendo los núcleos urbanos de alta densidad de población con grandes extensiones de terreno de baja densidad entre aquellos. Las características urbanísticas de las pequeñas poblaciones también han sido siempre muy heterogéneas, dependiendo de la zona a la que pertenecían. Morfológicamente hablando nada tienen que ver los pueblos de la meseta castellana con los de Galicia o Asturias, ni los de Extremadura o las tierras de secano de Zaragoza con los del Pirineo o la cordillera Ibérica. Sólo estas dos características que hoy día persisten hacen que la geografía española sea tan diferente de la mayor parte de los países europeos. Es cierto que hay regiones europeas con bajas densidades de población, por ejemplo en Suecia o Finlandia, que Irlanda es una nación con menor densidad de población que España, pero sólo en ésta se dan esas dos características de forma simultanea y en tan alto grado, a lo largo y ancho de las zonas rurales profundas, estancadas e intermedias que suponen aproximadamente el 77 % del territorio[7]. Esta situación afecta indudablemente a la eficiencia de los servicios públicos que las administraciones deben proveer, a la vida social y cultural y al desarrollo económico en esas zonas. Si observamos la geografía de  Francia, Alemania, Holanda, Bélgica, Austria y otros países, con los que nos podemos comparar en otros muchos aspectos sin menoscabo de nuestro orgullo, observamos que sus poblaciones están más distribuidas en el territorio, de forma más homogénea, de hecho, en muchos recorridos por sus carreteras, vemos que prácticamente se puede pasar de uno a otro pueblo casi sin notarlo y sus casas también están mas esparcidas en los términos municipales. Es decir que, excepto en esos barrios de las ciudades que concentran una mayor producción industrial y actividad económica, en los que se eleva exageradamente la densidad de población a base concentración de edificaciones baratas para los obreros, la población esta más homogéneamente distribuida y, además, la densidad de población es superior a la española notablemente. Y ello facilita no solo la eficiencia de los servicios públicos, sino también la facilidad de establecimiento de relaciones comerciales, sociales y de todo tipo.
 
¿Podemos cambiar algunas de nuestras características geográficas y demográficas?......YA LO VEREMOS EN SUCESIVOS ARTÍCULOS.
 



LUIS BAILE





 





[1] Según Fernando Molinero Hernando de la Universidad de Valladolid las zonas rurales estancadas son aquellas cuya densidad despoblación está entre 5 y 15 hab./km2 y que está en retroceso y las zonas rurales profundas las que tienen una densidad de menos de 5 hab./km2 y que van a menos.
[2] “Zona rural intermedia” es la cuenta con un a densidad de población de entre 15 y 25 hab./km2 y “zona rural dinámica es la que su densidad e población es entre 25 y 50 % hab./km2.
[3] “Cabecera comarcal” considerada como la población y su término municipal con una densidad de más de 50 hab./km2
[4] http://repositori.uji.es/xmlui/bitstream/handle/10234/159432/1996%2C%2012%2C%2091-118.pdf?sequence=1&isAllowed=y
[5] Simpson, James. La crisis agraria de finales del siglo XIX. Universidad Carlos III. 1988. https://core.ac.uk/download/pdf/6246420.pdf

[6] Transición demográfica: “proceso mediante el cual una población pasa, desde una situación de altas tasas de mortalidad y natalidad a otra situación caracterizada por bajas tasas de mortalidad y natalidad”. Revenga Arranz, Estrella. La transición demográfica en España. Revista Española de Investigaciones Sociológicas nº 10. http://reis.cis.es/REIS/PDF/REIS_010_12.pdf
[7] Molinero Hernando, Fernando. Profesor de la Universidad de Valladolid. Fundación de Estudios Rurales. Anuario 2017.

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