LUCHA CONTRA LA DESPOBLACIÓN (I)
De forma indirecta, la despoblación de las zonas rurales y las actuaciones que se emprendan para darle solución afectarán indudablemente a la tasa de natalidad en nuestro país. Los efectos perniciosos de este problema demográfico sobre los servicios básicos en las zonas rurales afectadas, además de producir un efecto salida hacia las grandes poblaciones, influye negativamente en la percepción que tiene la escasa población joven sobre la oportunidad y conveniencia de tomar la decisión de tener hijos. Porque, al fin y al cabo, lo que se está produciendo en las denominadas zonas “rurales profundas” y “rurales estancadas”[1] es la escasez y lejanía de los servicios, que han venido a consecuencia de la escasa masa crítica de población en esas zonas, sin olvidar las consecuencias de los recortes producidos por los ajustes presupuestarios que llegaron con la crisis económica de 2008. Todo ello ha ido conduciendo, inexorablemente, al abandono de pequeñas y medianas poblaciones, al envejecimiento de su población, a la desvitalización de la zona y la desestructuración social. Este fenómeno no es exclusivo de nuestra nación, pero nos afecta en mayor medida que a la mayoría de los países del sur de Europa y a algunos otros del resto del continente.
En las zonas que
he mencionado, rural profunda y estancada, la densidad de población no ha sido
nunca muy elevada. Y el hecho viene de lejos, los dos imperios que mayor
influencia han tenido en España, el romano y el árabe, dominaron el territorio
desde las ciudades y núcleos de población importantes, dejando entre ellos
grandes espacios escasamente poblados y dedicados al abastecimiento de
aquellos. En esos espacios se distribuían pequeñas poblaciones poco habitadas
que no eran prácticamente consideradas en su esquema de civilización. Lo
importante para ellos era la ciudad, su diseño urbanístico, las edificaciones
públicas, las casas de sus habitantes, la ingeniería sanitaria y su defensa. Aquella
distribución poblacional pervivió posteriormente, de tal manera que en España,
antes y después de la unificación de los diferentes reinos, la mayor parte de
la población vivía en urbes de cierta importancia y en sus aledaños y entre
ellas las pequeñas poblaciones y los extensos territorios contaban con una baja
densidad de población. Esa situación se
seguía dando en 1900, en esas zonas del interior de España no se superaba una
densidad de 20 hab./km2, pero lo
importante, lo que hacía la vida posible en ellas era que había una economía
sostenible basada en una agricultura y ganadería tradicional enmarcadas en un
mercado diversificado que abarcaba, además de las zonas rurales antes
mencionadas, las denominadas zonas “rurales intermedias” y “dinámicas”[2],
que constituían juntas un conjunto rural que contaba con manufacturas y
artesanía, además de disponer de unos servicios básicos de proximidad. Y toda
esa red de poblaciones, más o menos habitadas y separadas, orbitaba alrededor
de una cabecera comarcal[3]
que añadía a las posibilidades económicas antes indicadas una mayor
diversificación económica y unos servicios que cubrían las propias necesidades
y asistían a su comarca. En el estudio “Algunas
consideraciones acerca de la evolución de la población rural en España en el
siglo XIX” de Pilar Erdozáin Azpilicueta y Fernando Mikelarena Peña[4],
se afirma que los ganaderos y
campesinos, a mediados del siglo XIX, no dependían solamente de sus labores
agrarias y ganaderas, sino que recurrían a la pluriactividad, para captar
ingresos y alimentos en actividades vinculadas con la artesanía o la industria
dispersa, con el monte o con los servicios.
Todo ello propiciaba una situación demográfica más o menos estable. Pero esta pluriactividad entró en declive a mediados de siglo XIX, a causa de la crisis que afectó a las diversas actividades industriales tradicionales de las zonas rurales, el “languidecimiento de la arriería y de la carretería” debido a la expansión del ferrocarril y la pérdida de derechos sobre montes y bosques comunales debida a la desamortización y enajenación de monte público y a las masivas privatizaciones y adjudicaciones en subasta que siguieron.
Al efecto de la industrialización espacialmente polarizada se sumaron las consecuencias que vendrían derivadas de la crisis agraria finisecular[5]. A pesar de todo ello persistía un frágil equilibrio demográfico en las zonas rurales, sobre todo gracias a la transición demográfica”[6].
En definitiva la distribución poblacional en
¿Podemos cambiar algunas de nuestras características geográficas y demográficas?......YA LO VEREMOS EN SUCESIVOS ARTÍCULOS.
LUIS BAILE
[1] Según Fernando Molinero Hernando de la Universidad de
Valladolid las zonas rurales estancadas son aquellas cuya densidad despoblación
está entre 5 y 15 hab./km2 y que está en retroceso y las zonas
rurales profundas las que tienen una densidad de menos de 5 hab./km2
y que van a menos.
[2] “Zona rural intermedia” es la cuenta con
un a densidad de población de entre 15 y 25 hab./km2 y “zona rural
dinámica es la que su densidad e población es entre 25 y 50 % hab./km2.
[3]
“Cabecera comarcal” considerada
como la población y su término municipal con una densidad de más de 50 hab./km2.
[4] http://repositori.uji.es/xmlui/bitstream/handle/10234/159432/1996%2C%2012%2C%2091-118.pdf?sequence=1&isAllowed=y
[5] Simpson, James. La crisis agraria de finales del
siglo XIX. Universidad Carlos III. 1988. https://core.ac.uk/download/pdf/6246420.pdf
[6] Transición demográfica: “proceso mediante el cual una población pasa,
desde una situación de altas tasas de mortalidad y natalidad a otra situación
caracterizada por bajas tasas de mortalidad y natalidad”. Revenga Arranz,
Estrella. La transición demográfica en España. Revista Española de
Investigaciones Sociológicas nº 10. http://reis.cis.es/REIS/PDF/REIS_010_12.pdf
[7] Molinero Hernando, Fernando. Profesor de
la Universidad
de Valladolid. Fundación de Estudios Rurales. Anuario 2017.
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