sábado, 30 de noviembre de 2019

DESPOBLACIÓN, ENVEJECIMIENTO Y MIGRACIÓN (II / II)

A pesar de todo lo escrito hasta ahora, pienso que hay que evitar el excesivo alarmismo y huir de planteamientos que tengan un trasfondo político interesado y un inadecuado determinismo. Como escribió el profesor titular de Geografía Humana de la Universidad Autónoma de Madrid, en su Análisis del Envejecimiento Demográfico, D. Julio Vinuesa Angulo: “….la prospectiva no debe imaginar el futuro como una línea única y predeterminada que prolonga el pasado. Por el contrario, ha de esforzarse en mirar hacia el futuro en su condición de múltiple e indeterminado. Al hacer valoraciones demográficas, sin embargo, es frecuente centrarse en las previsiones exclusivamente cuantitativas que resultan de la extrapolación de tendencias; por tanto, con un excesivo carácter determinista”.

Para valorar las consecuencias futuras de un proceso demográfico, sobre todo a largo plazo, hay que tener en cuenta que en el futuro el contexto socio-político y cultural seguramente será muy diferente al que ahora vivimos en muchos sentidos. Hay que considerar que se producirá la incorporación de un mayor número de mujeres al mercado de trabajo, que probablemente sea necesaria una mayor cualificación de la mano de obra, que la robotización habrá alcanzado cotas que no imaginamos, que posiblemente se haya alcanzado una mayor eficiencia de los sistemas productivos, etc.

Evidentemente el envejecimiento de la población es debido a una mayor y mejor asistencia sanitaria y seguramente en el futuro se producirá aún un mayor gasto sanitario, pero probablemente se dedique a una mayor calidad y eficiencia de la atención, por lo que se podrá atender a una mayor población longeva con un menor gasto relativo. Tampoco sabemos como se producirán los cambios en lo que a dependencia senil de refiere, seguramente la atención a los dependientes se hará mediante una combinación de actores públicos, de entidades privadas y de la familia. Lo único que está claro es que ya hay que mover ficha para tomar conciencia del futuro e ir preparando las transiciones adecuadas.

Fiar una buena parte de la corrección de la situación demográfica futura a la inmigración es un error, desde mi punto de vista. La influencia de los movimientos migratorios del futuro es tan incierta como difícilmente previsibles son éstos. Porque es difícil saber en estos momentos cómo será la situación de los países actualmente emisores, cuál será la de los países receptores y cómo se comportarán éstos ante los flujos migratorios dentro de 30, 40 o 50 años. Parece claro que las migraciones seguirán produciéndose en tanto las desigualdades y desequilibrios entre países ricos y pobres sigan estando presentes al nivel que lo están hoy día, sin que ningún nuevo elemento altere la situación. Pero hay que considerar que la intervención de adelantos en telecomunicaciones, en la robotización y en los transportes, sin duda alguna, alterarán la distribución espacial de los factores de producción y quizás de la riqueza, por lo que lógicamente los movimientos migratorios podrían cambiar, pero ¿en que sentido? Y ¿hasta que grado?

En palabras del profesor D. Julio Vinuesa Angulo: “Al hacer prospectiva, es una buena actitud aprender del pasado que el tiempo, con su capacidad de sorprender, invalidará muchos de los razonamientos que se hacen hoy sobre el futuro”.

Un informe del Departamento de Población de Naciones Unidas del año 2000[1] señalaba de manera bastante alarmista lo siguiente:

“…. el diagnóstico viene a ser el siguiente: si se mantienen las pautas de comportamiento demográfico actuales, España tendrá en 2050 nueve millones y medio de habitantes menos que ahora, pero el problema se agudiza en los cambios que habrán de producirse en la estructura de la pirámide y, concretamente, en la relación numérica existente entre la población en edad de trabajar y la que ya ha cumplido los 65 años (edad teórica de jubilación). En la actualidad (año 2000) hay más de cuatro personas en edad activa por cada jubilado y, según los cálculos de Naciones Unidas, dentro de cincuenta años sólo habrá 1,4[2]. Eso es lo que hará la situación insostenible, ya que las generaciones en edad de trabajar, mermadas por decenios de baja fecundidad, no podrán sostener económicamente a los jubilados, y para mantener el actual equilibrio de aquí a 2050 serán necesarios un total de doce millones de inmigrantes, en dosis anuales de unos 240.000”

Creo que el futuro es incierto ya que pueden variar mucho las circunstancias globales que afecten a la evolución de nuestra demografía, por eso no puedo estar de acuerdo con el negro augurio del Departamento de Población de UN. Porque, aunque pienso que la situación actual no es nada adecuada para asegurar un relevo generacional suficiente, ni para sostener en el futuro nuestro estado de bienestar; creo que aún estamos a tiempo de cambiar, por si acaso el futuro no se porta bien, algunas actitudes culturales y políticas para intentar paliar los efectos de esta sequía demográfica; y por otro lado no tengo porque pensar que el futuro no nos vaya a sorprender y al cabo de 40 o 50 años casi nada sea parecido a lo que suponemos y esperamos. No obstante, mucho deberá de renovarse la sociedad en el futuro, superando el excesivo individualismo, la cultura del máximo confort, del mínimo esfuerzo y de la subvención inmerecida, para decididamente apostar por la extensión y calidad de la formación, por la eficiencia de los medios de telecomunicación, de transporte, de producción y de los servicios, por las medidas para la superación de los injustos desequilibrios sociales y por el decidido apoyo a la familia como primera célula social que, además de educar y aportar ciudadanos a la sociedad, contribuye junto a otros actores sociales al cuidado de los dependientes pequeños y mayores.

Es el momento de dejar de “no hacer política demográfica”, de dejar de lado prejuicios ideológicos trasnochados, de abandonar el seguidismo de mentalidades egoístas y aburridamente individualistas, para prestar atención a un gran problema que consiste simplemente en que:

“España, que resulta ser el menos poblado de entre los países «grandes» de la Unión Europea …….. Las causas inmediatas de este hecho son inequívocas: nacen cada vez menos niños y aumenta el número de fallecimientos”[3].

No todo se puede confiar al bondadoso y generoso “futuro” y a la inmigración.

LUIS BAILE



[1] Replacement Migration: Is it A Solutionto Declining and Ageing Populations? Naciones Unidas, Nueva York, 2000. http://www.un.org/esa/population/unpop.htm. 
[2] Actualmente nuestra PET/PD (población dependiente) es de 2,45 activos por persona dependiente.
[3] Julio Vinuesa Angulo.https://www.revistadelibros.com/articulo_imprimible.php?art=3602&t=articulos

miércoles, 27 de noviembre de 2019

DESPOBLACIÓN, ENVEJECIMIENTO Y MIGRACIÓN I / II

La disminución y el envejecimiento de la población tienen consecuencias en muchos aspectos. Uno de ellos es la despoblación de extensas zonas de nuestro país, como puso de manifiesto el catedrático de Prehistoria de la Universidad de Zaragoza D. Francisco Burillo Mozota, en su comparecencia ante la Comisión Especial del Senado sobre la evolución demográfica en España (12 junio 2017)[1]. El señor Burillo mencionó en dicha comisión las causas de la despoblación: las deficientes infraestructuras de carreteras, ferrocarril y comunicaciones e Internet, la orografía, el clima, la lejanía a los centros donde se concentran los servicios, la falta de inversiones en proyectos de desarrollo sostenible y en investigación de desarrollo rural, etc. Pero la despoblación no se queda en un mero hecho estadístico, como indicó el citado catedrático tiene graves consecuencias sobre el patrimonio inmaterial: desaparición de nuestras tradiciones y modos de vida, deterioro del medio ambiente, de la custodia del territorio y del patrimonio.

Otro efecto importante del envejecimiento de la población es el incremento de la tasa de dependencia[2] y de la dependencia senil[3]. Tampoco puedo dejar de señalar los efectos que se están produciendo en el sistema socio-sanitario y en el sistema público de pensiones.

Por otro lado el envejecimiento está íntimamente ligado al aumento de la longevidad, hecho que se puede considerar positivo, ya que gracias a la calidad de nuestra sanidad  no solo se ha prolongado la esperanza de vida, también se ha incrementado la calidad de vida de los mayores. Hoy día una persona de 65 normalmente está en buen estado de salud, de tal manera que puede ser conveniente revisar la política laboral en el sentido de flexibilizar los tiempos de la jubilación según las profesiones, y adaptar las condiciones laborales y salariales para los que deseen voluntariamente seguir activos. Estas opciones podrían aliviar algo al agobiado sistema actual de pensiones.

En cuanto a la influencia del envejecimiento de la población en el sistema de bienestar, pienso que no es determinante todavía, hay otros problemas estructurales, económicos y sociales que actualmente tienen mayor peso en el mantenimiento del sistema de bienestar. Aunque, si la tendencia de la composición demográfica no cambia, puede llegar a convertirse en el principal problema. Evidentemente los gastos en sanidad, dependencia, centros de atención, pensiones, etc. son mayores debido al envejecimiento actual, pero hay otros factores relativos a la economía, el mundo laboral, la globalización, la pobreza, etc. que hoy día influyen más decisivamente en nuestro estado del bienestar.

Algunos pueden pensar que haciendo incrementar la inmigración podemos solucionar nuestro problema demográfico. No es del todo cierto. El economista y profesor Albert Banal-Estañol de la Universidad Pompeu y Fabra de Barcelona indicó que “En España, los niveles de migración necesarios para el reemplazo de la población se hacen imposiblemente grandes y por ello las políticas sociales sobre natalidad son más una necesidad que una opción[4]. Las cifras actuales (2017) de movimientos migratorios arrojan un balance positivo de 164.604 personas, con una inmigración de 532.482 procedente del extranjero y una emigración 367.878 con destino al extranjero[5] (datos a 1 de enero de 2018), alcanzando la cifra provisional de 4.572.055[6] inmigrantes, que supone el casi el 9,8 de la población total. La emigración de españoles al extranjero ese mismo año tuvo un saldo negativo de -9.627[7], que supone una mejoría respecto a años anteriores, pero la salida total de población española, sobre todo jóvenes bien preparados, aun constituye una pérdida que se tardará en recuperar. No obstante estos movimientos migratorios al extranjero, por un lado son muy dependientes de la coyuntura económica global, y por otro tienen su lado positivo ya que cuando esa juventud regresa al cabo de los años lo hace en su mayoría con una mayor formación y experiencia y con una red de relaciones muy aprovechable.

Como se verá más adelante, estas cifras de migración, de mantenerse, suponen una solución, aunque tímida, para el nivel de reposición poblacional necesario, y para mantener un sistema de pensiones adecuado, siempre y cuando la oferta de trabajos de los empresarios sea suficiente y el índice de fecundidad recupere por lo menos las cifras de los años 80 del siglo pasado. Lo cual me posicionaría parcialmente en contra de la pesimista postura del profesor Albert Banal-Estañol anteriormente mencionado. La evolución prevista, teniendo en cuenta un escenario central, supone un saldo positivo migratorio de 56.510 en el año 2030 y 80.449 en el año 2065, los escenarios de baja natalidad y alta migración en el año 2030[8] harían que la población residente en España se encontrara entre los 45.577.324 y los 46.223.786 habitantes, pero más envejecida si, como he mencionado antes, no se corrige además el problema de la baja fecundidad.

Ahora bien, si la inmigración alcanzara los índices necesarios para cambiar las tendencias demográficas, en 50 o 60 años se podría dar el hecho de que las futuras generaciones de españoles deberían convivir con costumbres y formas de vida propias de culturas cuya integración en nuestra sociedad es más difícil, cuando no rechazada. No obstante esto puede ser una de las consecuencias ineludibles de la globalización, como menciona D. Juan Antonio Fernández Cordón, Doctor en Ciencias Económicas y Experto-Demógrafo por la Universidad de París, en su artículo del 4 de julio de 2018 en la revista digital “Economistas frente a la crisis”[9].

Los aspectos demográficos mencionados hasta ahora no nos deben conducir al desánimo. Se puede ser moderadamente optimista si sabemos dar los valores adecuados a las variables que tienen mayor influencia en nuestro problema demográfico. Y, como trataré de explicar más adelante, eso supone diseñar un conjunto coherente de políticas públicas, con visión a largo plazo que, superando las lógicas diferencias entre partidos políticos, logre la aplicación coordinada y continuada de esas políticas públicas. Todos los líderes políticos tienen el deber de mirar al futuro a largo plazo y, con la información adecuada, con generosidad y lealtad al pueblo, lograr un gran pacto de Estado que movilice los recursos necesarios para alcanzar el objetivo, si no de revertir la situación que creo ya tarea imposible, si de corregir la tendencia de los indicadores demográficos, evitando un mayor envejecimiento y el incremento de la despoblación. 

LUIS BAILE



[2] “RAZÓN DE DEPENDENCIA (por edad), Llamado también índice de dependencia. La razón entre las personas que por su edad se definen como dependientes (menores de 15 años y mayores de 64) y la que se definen como económicamente productivas (15 a 64 años) dentro de una población.” http://proyectos.inei.gob.pe/web/biblioineipub/bancopub/Est/Lib0944/glosario.pdf
[3] “RAZÓN DE DEPENDENCIA SENIL, Llamado también índice de dependencia senil. La razón entre las personas que por su edad se definen como dependientes por su condición Senil (mayores de 64) y la que se definen como económicamente productivas (15 a 64 años) dentro de una población.” http://proyectos.inei.gob.pe/web/biblioineipub/bancopub/Est/Lib0944/glosario.pdf
[4] https://reportajes.lavanguardia.com/cuanto-cuesta-tener-un-hijo/espana-pais-hijos/
[9]La inmigración ha compensado el déficit de nacimientos: la población ha seguido aumentando hasta la irrupción de la crisis económica y el indicador de envejecimiento demográfico se sitúa todavía por debajo de la media europea. En el contexto actual, de inmigración abundante, no existe ninguna razón para que, si se genera una demanda de trabajo suficiente por parte de las empresas, no aumente el número de ocupados y no crezca el PIB. La inmigración, que, por supuesto, debe ser regulada, es una realidad a la que no pueden escapar los países europeos, y entre ellos España, porque representa una forma de globalización de los determinantes de la población mundial y la única respuesta a corto plazo a las políticas que han conducido a niveles muy bajos de fecundidad.” (https://economistasfrentealacrisis.com/natalidad-cual-es-el-problema//)

sábado, 23 de noviembre de 2019

LUCHA CONTRA LA DESPOBLACIÓN RURAL (III)

LUCHA CONTRA LA DESPOBLACIÓN RURAL (III)

En el conjunto de la UE España cuenta con una densidad de población comparativamente muy baja y, en referencia a las NUTS III[1] (Nomenclatura Común de Unidades Territoriales Estadísticas), en términos absolutos las unidades que habían perdido población entre 1950 y el 2000 suponían el 53 % del total del territorio español. Y por acercar temporalmente los datos, en 2018, según el INE, 36 provincias habían perdido población, sobre todo en áreas rurales.

TABLA 14[2]
Países
Población (millones)
Superficie (Km2)
Densidad (hab/ Km2)
España
46,4
504.645
91,9
Francia
64,6
551.695
117
Alemania
82.7
357.021
231,6
Italia
61
301.336
202,4
Reino Unido
63,5
242.900
261,4

En mi opinión la errónea política de concentración industrial que propició la monarquía por lo menos desde el siglo XIX y que posteriormente continuó favoreciendo el General Franco, produciendo grandes movimientos migratorios hacia esas concentraciones, la falta de políticas que ayudaran a fijar la población de las zonas rurales a base de medidas que aseguraran una más justa distribución de los beneficios de la comercialización de su producción agrícola y ganadera y que evitaran los exagerados desequilibrios que se iban produciendo en las comunicaciones y en la distribución del tejido industrial, debían de haberse intentado corregir a partir de 1980, con la democracia ya al final del rodaje. Para ello la nueva Constitución  de 1979, en principio, ofrecía un nuevo marco político que, por un lado iba a desembocar en la integración a la Comunidad Económica Europea (CEE), posteriormente Comunidad Europea (ya no sólo económica) y por fin UE desde el Tratado de Maastricht que entró en vigor el 2 de Noviembre de 1993[3] y, por otra parte, abría la vía hacia una descentralización política que, por la distribución de competencias y presupuestos, se iba a semejar a un sistema de federalismo cooperativo.

Respecto a la UE, la Federación de Española de Municipios y Provincias (FEMP), en un documento de acción redactado, quizás un poco tarde, por su comisión de despoblación en el año 2017, decía que el problema de la despoblación exigía “un sólido acuerdo de Estado contra la despoblación que debería armonizarse con una estratégica europea específica frente a los retos demográficos. En ese sentido, cabe recordar que el Acuerdo de Asociación para los Fondos Estructurales y de Inversión Europeos 2014-2020 ya incluía una referencia al Foro de Regiones Españolas con Desafíos Demográficos[4]. Un instrumento político de armonización de la UE que se ha venido desarrollando desde hace un tiempo es la Política Agraria Común (PAC) pero, por el estado de la situación demográfica de buena parte de nuestro campo, parece que las ayudas recibidas mediante ese instrumento se han distribuido para favorecer más a grandes productores establecidos en zonas rurales que no se pueden considerar en situación de riesgo, que a favorecer la lucha contra la despoblación en las zonas rurales profundas y estancadas.

 Tampoco la descentralización establecida por la Constitución ha resultado una solución efectiva. Se esperaba que este sistema, además de acercar al ciudadano la acción política mediante las competencias transferidas a los gobiernos autonómicos y locales, se iba a lograr un encaje equilibrado de territorios heterogéneos en muchos aspectos, en el marco de ese ideal federalismo cooperativo al que se debía haber parecido nuestro sistema autonómico. La realidad ha resultado ser otra, las tensiones centrífugas provenientes de unas regiones más que de otras sobre todo, pero también la falta de comprensión del verdadero significado de la cooperación y de la compartición de competencias, y la falta de responsabilidad del gobierno de la nación al transferir completamente algunas competencias que, por ser integradoras y vertebradoras de una nación, debería haber controlado más, han hecho derivar el sistema hacia un federalismo asimétrico plagado de desigualdades, deslealtades e incomprensiones. En definitiva, no se hicieron bien las debidas tres listas de competencias de un sistema medianamente cooperativo: las competencias centralizadas, las descentralizadas y las compartidas. Se ha llegado a un sistema de federalismo no sólo asimétrico, se ha alcanzado un sistema de mercadeo de competencias por increíbles y rocambolescos apoyos parlamentarios. Como consecuencia, en gran medida se ha perdido el reconfortante diálogo entre estructuras de gobierno en el sentido vertical y en el horizontal (entre gobiernos autonómicos) y la búsqueda de la convergencia, la cooperación y la solidaridad entre administraciones. En especial todo esto afecta a la política de ordenación territorial, completamente transferida, que debería ser sinónimo de cohesión a pesar de todo, y que tiene una influencia definitiva en los problemas de las zonas rurales, los servicios públicos y sus expectativas de futuro.

Como podemos ver estamos en una triste situación, sin atisbos de mejoría porque no hay nada nuevo bajo el sol, por lo oído en la última de las frecuentes campañas electorales (10 N de 2019) con las que nos entretienen. Bajo el sol de justicia, en ese gran espacio con las pulsaciones lentas al que Sergio del Molino llama España Vacía, las palabras vacuas y hasta ignorantes de nuestros políticos se diluyen, porque en realidad ni les interesa, ni saben de qué va. Los urbanitas salen de la ciudad al campo a disfrutar de los paisajes y la comida, a asombrarse de la extraña vida que se lleva en esos lugares, con costumbres tan distintas. Algunos, pocos, aparecen por allí con ideas y una cierta voluntad de ayudar pero, de los pocos menos son los que se quedan para compartir y cooperar en esos lugares tan necesitados de vida nueva. Pero claro, es que esos políticos que tanto beneficio sacan de los pocos votos de la España Vacía, gracias a la magia de la Ley Electoral, hecha a medida de la vieja UCD y bien aprovechada luego por PP y PSOE, pronto se enfrascan en su encasillada, urbana y aburrida (por lo aburridos que estamos los ciudadanos) vida política y se olvidan de dedicar parte de su tiempo de gestión a lograr el establecimiento de los servicios e infraestructuras esenciales que permitieran revitalizar esas zonas tan injustamente tratadas.

No se trata de convencer a la gente de los pueblos para que no los abandone, cada uno es muy libre de hacer lo que quiera con su vida. Por el contrario, se trata de llevar a cabo las medidas políticas necesarias para que, con racionalidad y eficiencia, se logren las condiciones adecuadas para que sea posible desarrollar proyectos de vida al margen de las grandes poblaciones. Se trata de facilitar el ejercicio de la libertad para elegir el tipo de vida que cada uno quiera llevar, pero claro sin necesidad de llegar a heroicidades ni estoicismos, por otra parte muy loables.

Así que, llegados a este punto, con toda prudencia y con ciertas dudas, voy a enumerar las acciones políticas que creo que hay que emprender con decisión y con idea de durabilidad, para mejorar la situación poblacional de las zonas rurales españolas afectadas por los fenómenos demográficos que he expuesto.

Para empezar tengo que confesar que desconfío de las administraciones autonómicas, en lo que se refiere a este tema, bueno en otros también, pero no viene al caso. Hasta ahora el resultado de la política de ordenación territorial de las Autonomías no ha sido bueno en lo que se refiere a la lucha contra la despoblación. Para mi el nivel administrativo que debería llevar el peso de la aplicación de las políticas contra la despoblación debería de ser el de las Diputaciones Provinciales, Cabildos y Consejos Insulares. Primero porque hay Autonomías muy extensas, con Provincias de características muy diferentes y necesidades muy distintas que no son siempre bien captadas y valoradas desde los gobiernos autonómicos, afectados casi todos ellos de neo-centralismo. Segundo porque en las Diputaciones están representados de manera más directa los pueblos y comarcas de la provincia, por lo que la sensibilidad sobre esta materia es mucho mayor. Y en todo caso siempre es más fácil corregir alguna deficiencia de representación en ese nivel administrativo que no está tan afectado por la correspondiente Ley Electoral Autonómica y la disciplina de Partido.

A nivel estatal existe la Federación Estatal de Municipios y Provincias (FEMP) que, en mi opinión, podría ser el puente que regulara la financiación estatal o de la UE dirigida a la ejecución de las políticas concretas contra la despoblación en las diferentes Provincias. En este órgano las Provincias podrían presentar los estudios y presupuestos correspondientes a las diferentes áreas funcionales y la definición de las zonas en las que se ha de intervenir con unas prioridades definidas. Se trataría de sustraer el control de esta política pública a las Autonomías porque ya han demostrado su ineficacia y no estamos en condiciones de perder más tiempo intentando reconducir su fracaso. Hay que ser valiente y decidido, hay que intentar otro camino que, por ser más próximo al terreno de que se trata y más sensible con su situación y necesidades, puede llevar de una forma más eficiente a la meta que perseguimos: parar la despoblación y recuperar aquellos pueblos y comarcas que aún tienen posibilidades de tener y dar vida.

Habrá quien diga que para elucubrar y discutir sobre estos temas territoriales están los Parlamentos Autonómicos y  el Senado. Y yo les respondo que tuvieron su tiempo y se les pasó, entretenidos en otras cosas, sin duda importantes, pero otras, dejando de lado esta cuestión tan importante y decisiva para un futuro más libre y justo de nuestra sociedad. Los parlamentarios de los Parlamentos Autonómicos, en la mayoría de los casos, no representan realmente a la circunscripción por la que han salido electos, están sometidos a la disciplina de partido y normalmente los partidos no se juegan nada en esas zonas deprimidas, excepto en épocas de campaña electoral, después las promesas se diluyen.

Respecto al Senado, la Constitución en su Artículo 69 establece que “El Senado es la cámara de representación territorial”. Determina así mismo que por cada provincia se elegirán cuatro senadores, tres en el caso de las islas mayores de los Cabildos o Consejos Insulares y uno más por cada una de las islas o agrupaciones menores (Ibiza-Formentera, Menoría, Fuerteventura, Hierro, Gomera, Lanzarote y La Palma), además uno por Ceuta y otro por Melilla, todos ellos por sufragio universal. Por designación de la Asamblea Legislativa de cada Comunidad Autónoma se nombra un Senador y otro más por cada millón de habitantes del territorio de esa Comunidad. Pero el Senado, a pesar de ser “la cámara de representación territorial” y contar con un respetable número de Senadores (266), no ha obtenido ningún éxito en políticas contra la despoblación y recuperación de las áreas rurales más amenazadas.

En realidad la verdadera representación territorial ha descansado en el Congreso de los Diputados gracias a la Ley Electoral, de la que no voy a tratar aquí porque no es el tema y además ocuparía mucho espacio por lo prolijo de la discusión sobre ella. El hecho concreto es que, como consecuencia de las circunscripciones electorales definidas, del número de diputados por circunscripción, la fórmula electoral y los restos, hemos logrado que el Congreso de los Diputados, en lugar de ser la cámara de representación de los ciudadanos soberanos, haya asumido además la función de cámara de representación territorial, usurpándosela al inoperante Senado. Así se oyen expresiones como Grupo Catalán o Grupo Vasco, cuando en realidad son Diputados de un partido nacionalista de una u otra región que tampoco demuestran interés por el problema que nos atañe aquí, sino mas bien por los intereses de unas elites de muy dudoso proceder. Y así se puede observar cómo ha habido legislaturas en las que un partido de ámbito nacional con 969.946 votos obtuvo 2 diputados, cuando un partido de ámbito regional con 779.425 consiguió 10 diputados. Por eso las reivindicaciones territoriales se han concentrado en el Congreso, pero a pesar de eso en esa cámara tampoco se han dado soluciones efectivas a la despoblación. Entre otros motivos porque la ventaja que le concede la Ley electoral a las provincias más despobladas, no se traduce en una mayor representación de las zonas rurales, ya que en realidad los votantes se concentran en gran proporción en la capital de la provincia (por ejemplo en Zaragoza capital vive el 70 % de la población de la provincia). Es decir que los partidos dependen del voto urbano de la ciudad donde están los órganos administrativos y las sedes de los partidos.

Por todo esto me decanto por soslayar las vías más o menos representativas hasta ahora utilizadas y utilizar las Diputaciones Provinciales y administraciones de similar nivel y los Consejos Comarcales para aplicar las políticas de la lucha contra la despoblación rural. Contando con la FEMP como organismo para la coordinación de dichas políticas y la distribución de la financiación estatal y de la UE.

LUIS BAILE



[1] http://www.europarl.europa.eu/ftu/pdf/es/FTU_3.1.6.pdf
[2] Del Molino, Sergio. 

viernes, 22 de noviembre de 2019

LUCHA CONTRA LA DESPOBLACIÓN RURAL (II)

Continúo con la descripción de nuestra situación en los últimos tiempos antes de entrar en harina. En las primeras décadas del sigo XX el proceso de industrialización se aceleró y, a la vez, se polarizó de manera exagerada, por lo menos espacialmente. Con ello se produjo un incremento de la emigración a las ciudades en las que se establecieron los polos de desarrollo industrial. No obstante el crecimiento de población urbana aún coexistía con un crecimiento moderado de población rural en algunos casos y en otros con un estancamiento. Pero la población ocupada en el sector primario no ha dejado de disminuir desde el año 1900, excepto en el periodo correspondiente comprendido entre 1925 y 1945. No obstante, por efecto de la transición demográfica, en 1940 el total de la población rural seguía estando en los niveles de 1900. En palabras de Vicente Pinilla y Luis Antonio Sáez, del Centro de Estudios sobre Despoblación y Desarrollo de Áreas Rurales (CEDDAR), “el declive demográfico relativo de las zonas rurales había comenzado, pero no el absoluto. Es decir, la población rural en España había descendido en términos relativos al pasar de representar el 68 % de la población total en 1900 a un 52 % en 1940, pero en términos absolutos aún se había incrementado ligeramente (de 12,5 millones en 1900 a 13,3 en 1940 [1].

El descenso espectacular de población rural española se produce entre 1950 y 1975, en paralelo a un desarrollo económico igualmente espectacular. Tal fue el descenso que la línea contínua de caída de la población ocupada en el sector primario no abandonó su tendencia hasta el año 2008. En definitiva esa situación, pasada ya la crisis, nos ha dejado la realidad de que en el año 2017 la población rural representaba sólo el 18 % de la población total, cuando en los años 50 suponía aún el 39 %. Pero este descenso ha sido muy desigual a lo largo de nuestra geografía, produciéndose en las zonas del interior una perdida de población del 50 %, mientras que, por ejemplo, en la zona cantábrica se limitaba al 25 %.



Después del 1975, en la década de los 80 el abandono de las zonas rurales fue perdiendo la inercia que había tomado con la industrialización y a partir de entonces esa emigración se ha mantenido en bajos niveles hasta hoy. Una de las razones de esta desaceleración es el hecho de que la emigración rural de los años 1950 a 1975 fue de tal magnitud, produjo un vaciado tan importante de las zonas rurales, que ya había poco de donde sacar, pero además la emigración fue mayoritariamente protagonizada por jóvenes y mujeres, por lo que los efectos en el índice de nupcialidad y la tasa de natalidad dejaron una población envejecida y con escasa motivación para la emigración. Se puede añadir que el compartido protagonismo de las mujeres rurales en aquel éxodo, motivado en buena medida por rebeldía contra su posición de injusta subordinación en la sociedad rural, afectó a la proporción entre mujeres y varones en las zonas afectadas por la emigración, superando el número de varones al de mujeres en un 15 % aproximadamente y por lo tanto afectando a la tasa de natalidad. Por otro lado, no se puede olvidar que la reconversión industrial (Gráfico), que se inició entre 1975 y 1980, provoco sin lugar a dudas un frenazo en la migración del campo a la ciudad, aunque no propició el regreso a los pueblos de origen de aquellos emigrantes, pero si dejo un nivel de desempleo considerable en el entorno urbano que desmotivaba a los que aún pudieran considerar la posibilidad de emigrar a la ciudad.

Desde los comienzos del presente siglo hasta la crisis económica del 2008 el abandono de las zonas rurales, en general, siguió reduciendo su velocidad, pero a esa característica se le unía la importante heterogeneidad de comportamiento según las diferentes zonas de España, que por otra parte estaba ya presente desde los años 60-70. Esa heterogeneidad se traduce en grandes diferencias entre territorios que han estado perdiendo población lentamente como son los casos de la Cordillera Ibérica, el Pirineo, las llanuras salmantinas, zamoranas, palentinas, cacereñas y las zonas próximas a la frontera con Portugal, los Montes de Toledo, Sierra Morena y Prebélicas. Mientras que ese despoblamiento apenas se observaba, o incluso se podía detectar alguna recuperación, en Galicia, Murcia, Alicante, entre otros. En estas últimas zonas, en las que se cuenta con algunos núcleos de población próximos económicamente dinámicos, se produce el efecto de integración de núcleos más reducidos, es como una bola de nieve que arrastra a todos a constituir una zona “rural dinámica”, con una masa crítica de población y actividad económica diversificada. Y este hecho se repite con mayor fuerza en zonas como la periferia de Madrid, el valle del Ebro, la costa del Mediterráneo, las costas gallegas y asturianas, el interior del País Vasco y de Andalucía y las Vegas Bajas del Guadiana. Colaborando a esa heterogeneidad tenemos zonas que son polos de atracción de población, generalmente en la periferia peninsular, excepto en el caso de Madrid y unos pocos polos secundarios más en el interior[2]. Algunas de estas zonas “rurales dinámicas” e “intermedias” y los grandes núcleos poblacionales han incrementado su población, en buena parte debido a la inmigración extranjera que atrajo la buena situación económica y el boom inmobiliario previos a la citada crisis.

Pero la  crisis nos trajo un parón en la inmigración y, como consecuencia, ésta ya no pudo compensar el crecimiento vegetativo negativo de la población. Posteriormente, superada (se supone) la crisis, el incremento de la inmigración ha sido moderado y, como ya he comentado anteriormente, no compensa los problemáticos parámetros demográficos que tenemos en España y por lo tanto la despoblación ha ido comiendo terreno. En el caso concreto del mundo rural, si no se adoptan las políticas adecuadas, la población rural tenderá a disminuir de manera paulatina, aún en ausencia de migraciones campo-ciudad, como consecuencia del crecimiento vegetativo negativo que le viene afectando. Las más afectadas serán las zonas rurales profunda, estancada e intermedia las que se verán más afectadas. Sin olvidar que el resto del territorio a la larga se verá afectado también por el crecimiento vegetativo negativo de la población, su envejecimiento y la dificultad de relevo generacional.


  



LUIS BAILE


[1] http://www.ceddar.org/content/files/articulof_398_01_Informe-SSPA1-2017-2.pdf
[2] Efecto del desarrollismo, anticipado por Ramón Tamames en su libro “Estructura económica de España. 1960.

miércoles, 20 de noviembre de 2019

LUCHA CONTRA LA DESDPOBLACIÓN (I)

LUCHA CONTRA LA DESPOBLACIÓN (I)

La España vaciada es uno de los gran problemas de estos tiempos, otro desafío que debemos afrontar con decisión e inteligencia para darle una solución duradera y realista. El despoblamiento rural, que lleva ya unos años afectando a amplias zonas de España, es un problema demográfico de primera magnitud y también lo es desde el punto de vista de la conservación del medio ambiente y de la necesaria recuperación de zonas que han caído, o están próximas a hacerlo, en la  matorralización del terreno y desaparición de pastos debido al abandono de la actividad del pastoreo, de la ganadería extensiva y de la falta de limpieza de los montes.

 De forma indirecta, la despoblación de las zonas rurales y las actuaciones que se emprendan para darle solución afectarán indudablemente a la tasa de natalidad en nuestro país. Los efectos perniciosos de este problema demográfico sobre los servicios básicos en las zonas rurales afectadas, además de producir un efecto salida hacia las grandes poblaciones, influye negativamente en la percepción que tiene la escasa población joven sobre la oportunidad y conveniencia de tomar la decisión de tener hijos. Porque, al fin y al cabo, lo que se está produciendo en las denominadas zonas “rurales profundas” y “rurales estancadas”[1] es la escasez y lejanía de los servicios, que han venido a consecuencia de la escasa masa crítica de población en esas zonas, sin olvidar las consecuencias de los recortes producidos por los ajustes presupuestarios que llegaron con la crisis económica de 2008. Todo ello ha ido conduciendo, inexorablemente, al abandono de pequeñas y medianas poblaciones, al envejecimiento de su población, a la desvitalización de la zona y la desestructuración social. Este fenómeno no es exclusivo de nuestra nación, pero nos afecta en mayor medida que a la mayoría de los países del sur de Europa  y a algunos otros del resto del continente.




En las zonas que he mencionado, rural profunda y estancada, la densidad de población no ha sido nunca muy elevada. Y el hecho viene de lejos, los dos imperios que mayor influencia han tenido en España, el romano y el árabe, dominaron el territorio desde las ciudades y núcleos de población importantes, dejando entre ellos grandes espacios escasamente poblados y dedicados al abastecimiento de aquellos. En esos espacios se distribuían pequeñas poblaciones poco habitadas que no eran prácticamente consideradas en su esquema de civilización. Lo importante para ellos era la ciudad, su diseño urbanístico, las edificaciones públicas, las casas de sus habitantes, la ingeniería sanitaria y su defensa. Aquella distribución poblacional pervivió posteriormente, de tal manera que en España, antes y después de la unificación de los diferentes reinos, la mayor parte de la población vivía en urbes de cierta importancia y en sus aledaños y entre ellas las pequeñas poblaciones y los extensos territorios contaban con una baja densidad de población. Esa situación se seguía dando en 1900, en esas zonas del interior de España no se superaba una densidad de 20 hab./km2, pero lo importante, lo que hacía la vida posible en ellas era que había una economía sostenible basada en una agricultura y ganadería tradicional enmarcadas en un mercado diversificado que abarcaba, además de las zonas rurales antes mencionadas, las denominadas zonas “rurales intermedias” y “dinámicas”[2], que constituían juntas un conjunto rural que contaba con manufacturas y artesanía, además de disponer de unos servicios básicos de proximidad. Y toda esa red de poblaciones, más o menos habitadas y separadas, orbitaba alrededor de una cabecera comarcal[3] que añadía a las posibilidades económicas antes indicadas una mayor diversificación económica y unos servicios que cubrían las propias necesidades y asistían a su comarca. En el estudio “Algunas consideraciones acerca de la evolución de la población rural en España en el siglo XIX” de Pilar Erdozáin Azpilicueta y Fernando Mikelarena Peña[4], se  afirma que los ganaderos y campesinos, a mediados del siglo XIX, no dependían solamente de sus labores agrarias y ganaderas, sino que recurrían a la pluriactividad, para captar ingresos y alimentos en actividades vinculadas con la artesanía o la industria dispersa, con el monte o con los servicios.
 
Todo ello propiciaba una situación demográfica más o menos estable. Pero esta pluriactividad entró en declive a mediados de siglo XIX, a causa de la crisis que afectó a las diversas actividades industriales tradicionales de las zonas rurales, el “languidecimiento de la arriería y de la carretería” debido a la expansión del ferrocarril y la pérdida de derechos sobre montes y bosques comunales debida a la desamortización y enajenación de monte público y a las masivas privatizaciones y adjudicaciones en subasta que siguieron. 




La industrialización que amenazaba a la industria artesanal y dispersa se produjo con un marcado carácter de polarización espacial y también sectorial, ejemplo de ello fue la concentración de la fabricación textil en Cataluña y de la consiguiente desubicación de otros lugares del resto de España, afectando negativamente a tejedores a tiempo completo y a campesinos-tejedores empleados a tiempo parcial en aquellas industrias de carácter artesanal. Entonces comenzó una migración de cierta consideración desde las zonas rurales hacia las capitales de provincia, comenzando también entonces una emigración aun reducida hacia el extranjero, básicamente a ultramar. Esta emigración, al ser mayoritariamente de hombres jóvenes, producía una disminución de la nupcialidad o, cuando menos, un retraso de los matrimonios y consecuentemente una disminución de la natalidad y de la densidad de población rural.
 
Al efecto de la industrialización espacialmente polarizada se sumaron las consecuencias que vendrían derivadas de la crisis agraria finisecular[5]. A pesar de todo ello persistía un frágil equilibrio demográfico en las zonas rurales, sobre todo gracias a la transición demográfica”[6].
 
En definitiva la distribución poblacional en la España interior siempre ha sido muy heterogénea, coexistiendo los núcleos urbanos de alta densidad de población con grandes extensiones de terreno de baja densidad entre aquellos. Las características urbanísticas de las pequeñas poblaciones también han sido siempre muy heterogéneas, dependiendo de la zona a la que pertenecían. Morfológicamente hablando nada tienen que ver los pueblos de la meseta castellana con los de Galicia o Asturias, ni los de Extremadura o las tierras de secano de Zaragoza con los del Pirineo o la cordillera Ibérica. Sólo estas dos características que hoy día persisten hacen que la geografía española sea tan diferente de la mayor parte de los países europeos. Es cierto que hay regiones europeas con bajas densidades de población, por ejemplo en Suecia o Finlandia, que Irlanda es una nación con menor densidad de población que España, pero sólo en ésta se dan esas dos características de forma simultanea y en tan alto grado, a lo largo y ancho de las zonas rurales profundas, estancadas e intermedias que suponen aproximadamente el 77 % del territorio[7]. Esta situación afecta indudablemente a la eficiencia de los servicios públicos que las administraciones deben proveer, a la vida social y cultural y al desarrollo económico en esas zonas. Si observamos la geografía de  Francia, Alemania, Holanda, Bélgica, Austria y otros países, con los que nos podemos comparar en otros muchos aspectos sin menoscabo de nuestro orgullo, observamos que sus poblaciones están más distribuidas en el territorio, de forma más homogénea, de hecho, en muchos recorridos por sus carreteras, vemos que prácticamente se puede pasar de uno a otro pueblo casi sin notarlo y sus casas también están mas esparcidas en los términos municipales. Es decir que, excepto en esos barrios de las ciudades que concentran una mayor producción industrial y actividad económica, en los que se eleva exageradamente la densidad de población a base concentración de edificaciones baratas para los obreros, la población esta más homogéneamente distribuida y, además, la densidad de población es superior a la española notablemente. Y ello facilita no solo la eficiencia de los servicios públicos, sino también la facilidad de establecimiento de relaciones comerciales, sociales y de todo tipo.
 
¿Podemos cambiar algunas de nuestras características geográficas y demográficas?......YA LO VEREMOS EN SUCESIVOS ARTÍCULOS.
 



LUIS BAILE





 





[1] Según Fernando Molinero Hernando de la Universidad de Valladolid las zonas rurales estancadas son aquellas cuya densidad despoblación está entre 5 y 15 hab./km2 y que está en retroceso y las zonas rurales profundas las que tienen una densidad de menos de 5 hab./km2 y que van a menos.
[2] “Zona rural intermedia” es la cuenta con un a densidad de población de entre 15 y 25 hab./km2 y “zona rural dinámica es la que su densidad e población es entre 25 y 50 % hab./km2.
[3] “Cabecera comarcal” considerada como la población y su término municipal con una densidad de más de 50 hab./km2
[4] http://repositori.uji.es/xmlui/bitstream/handle/10234/159432/1996%2C%2012%2C%2091-118.pdf?sequence=1&isAllowed=y
[5] Simpson, James. La crisis agraria de finales del siglo XIX. Universidad Carlos III. 1988. https://core.ac.uk/download/pdf/6246420.pdf

[6] Transición demográfica: “proceso mediante el cual una población pasa, desde una situación de altas tasas de mortalidad y natalidad a otra situación caracterizada por bajas tasas de mortalidad y natalidad”. Revenga Arranz, Estrella. La transición demográfica en España. Revista Española de Investigaciones Sociológicas nº 10. http://reis.cis.es/REIS/PDF/REIS_010_12.pdf
[7] Molinero Hernando, Fernando. Profesor de la Universidad de Valladolid. Fundación de Estudios Rurales. Anuario 2017.

lunes, 18 de noviembre de 2019

En el post de hoy hablaremos sobre la evolución de la trashumancia, el big data y los pastores del mañana.Ovejas y cabras con dispositivos GPS digitanimal.

Índice

  • La trashumancia Big Data define los caminos para los pastores del mañana.
  • La sierra de Albarracín: enclave trashumante.
  • Innovación y trashumancia van de la mano.

La trashumancia Big Data define los caminos para los pastores del mañana.

Digitanimal, está participando en la primera ruta trashumante digitalizada de ovejas, que partió el pasado 2 de noviembre desde Teruel, organizada junto a la a Interprofesional de Ovino y Caprino (Interovic) y la Facultad de Veterinaria de Zaragoza. Más de 3.000 ovejas, iniciarán su marcha hacia los pastos de invierno, desde Teruel hasta Jaén, en un recorrido que será monitorizado gracias a nuestra tecnología.
Ruta trashumante digitalizada de ovejas
Los organizadores de esta ruta para el pastoreo, podrán saber desde su móvil dónde se ubican estas ovejas, a través de unos collares que portan dispositivos con sensores que sirven para monitorizar a estos animales. De esta manera, se puede saber en tiempo real la ubicación de los mismos y el tipo de pastoreo que realizan. Los animales harán un recorrido de unos 500 kilómetro

La sierra de Albarracín: enclave trashumante.

La Sierra de Albarracín, ha sido desde tiempos inmemoriales uno de los enclaves con mayor volumen de rebaños trashumantes de nuestro país, siendo actualmente una de las pocas regiones donde todavía el pastoreo de larga distancia sigue vivo.
Aunque muchas vías pecuarias se encuentran hoy en desuso, todavía en el siglo XXI varias cabañas trashumantes serranas siguen realizando a pie el trayecto de hasta 500 km., que les separa de Andalucía, (desde el sur de Castilla la Mancha al norte de Andalucía) por la Cañada Real Conquense.

Innovación y trashumancia van de la mano.

La Facultad de Veterinaria de Zaragoza ha venido desarrollando en los últimos una actividad docente innovadora que ha hecho posible el acercamiento de estudiantes a la trashumancia ovina. Esta actividad se ha llevado a cabo acompañando durante 24 días, en el mes de noviembre, a un rebaño de 3000 ovejas de la raza Merina variedad Montes Universales, conducido por tres pastores, desde la localidad de Guadalaviar en la provincia de Teruel hasta Viches en Jaén.
En la experiencia, a lo largo de la travesía, participan cada año un total de 32 alumnos repartidos en cuatro periodos de seis días cada uno (8 alumnos por turno más dos profesores). En la vereda, además de las tareas que van surgiendo, al final el día, se realiza una tertulia-discusión sobre distintas cuestiones que se plantean con el fin de generar inquietudes en diferentes aspectos de la actividad ganadera.
Después de varios años en marcha, este proyecto ha supuesto para nuestros estudiantes un contacto directo con el sector, les ha permitido vivir en primera persona la complejidad que supone la trashumancia, conocer el medio y las condiciones en que se desenvuelve dicha actividad y la puesta en práctica de los conocimientos teórico-prácticos adquiridos en la Facultad sobre patología y terapéuticapasticultura, manejo y comportamiento ovinos, etc.