Harto ya de estar harto, ya me cansé de la dichosa guerra de Ucrania, de las mentiras oficiales y oficiosas, de ver a sesudos y supuestamente inteligentes parlamentarios de toda Europa abducidos por UN mediático presidente ucraniano que les coloca, sin ninguna vergüenza, comparaciones históricas mal escogidas. Ya me cansé de oír y ver en los medios de adoctrinamiento cómo asignan gratuitamente los papeles de malos malísimos de película y de buenos por decreto, cuando todos deberían saber que en toda guerra, y sobre todo en las motivadas por intereses económicos y financieros, como esta, las barbaridades no se cometen solo por parte de un bando. Por eso este domingo me voy a relajar escribiendo de algo que me reporte algo de sosiego y buenos recuerdos, los que tengo de la trashumancia entre amigos, buenas vacas y esforzados caballos.
No le voy a enmendar la plana al mejorable ministro de Consumo. Dios me libre. Tampoco al de Agricultura y tal y tal, aparte de afearle que no corrija a su joven compañero de gabinete cuando la ocasión lo merezca. Ya vale de tanto guardar las formas con aquellos que tan poco les importa guardarlas.
Varios grupos ecologistas y partidos políticos han entrado a saco contra la ganadería intensiva, respaldados por Unidas Podemos y por el mismísimo ministro de Consumo. Lo han hecho con orejeras, sin pretender faltar, por supuesto. Pero es que en estos temas, como en casi todo, no solo hay blanco o negro, suele darse una amplia escala de grises. Me ha dado la sensación de que el problema lo cifran mayormente en el tamaño de las explotaciones de ganadería intensiva, decantándose por las pequeñas explotaciones, en detrimento de las que llaman macrogranjas, sin mayores consideraciones que los consabidos reparos políticos. Por otro lado, en sus discursos parecen apoyar a la ganadería extensiva frente a la intensiva, pero tampoco explican claramente las ventajas e inconvenientes de una u otra.
Veamos pues si puedo, por lo menos, introducir la duda y les hago pensar más allá de las inmovilistas posturas de estos adalides de la sostenibilidad y el ecologismo. Por ejemplo, ¿se han parado a pensar que una gran explotación, si está debidamente controlada por los servicios veterinarios, facilita la eliminación de patógenos y dificulta la difusión de la enfermedad o infección? Evidentemente se da una correlación positiva entre el tamaño de la explotación y la probabilidad de contagio pero, si existe un control veterinario eficaz, las explotaciones de mayor tamaño no tienen por qué constituir un problema, incluso pueden ser un factor que dificulte la transmisión de enfermedades.
Uno de los mantras de los enemigos de la macrogranjas es la contaminación de los acuíferos por los nitratos de los purines. En este caso la solución a ese evidente y grave problema es determinar la cantidad y tipos de nitratos que puede absorber la tierra de una determinada zona a largo plazo, sin afectar al o los acuíferos de esta. Y para eso están, o deberían estar, las consejerías de las Comunidades Autónomas (CCAA), las Confederaciones Hidrográficas y el ministerio de Agricultura, Pesca y Ganadería o como se llame ahora. Con esos estudios técnicos se debería estar en condiciones de determinar el número total cabezas de ganado que pueden convivir en una de área, sea en 5 explotaciones de 5.000 cabezas, en 10 de 2.500 o en 40 de 625.
De esa manera se podrían conceder las licencias para las explotaciones ganaderas de manera objetiva, respetando el medio ambiente y la sostenibilidad. El problema es que a veces se han primado intereses ocultos y se ha sorteado la ley, cuando no se ha legislado para el beneficio de algunos grupos o empresas, con el fin de aprovechar circunstancias favorables del comercio nacional e internacional de carne.
Particularmente soy más partidario de las pequeñas explotaciones familiares o en régimen de cooperativa. Pero, en la actualidad, estas explotaciones están abocadas a trabajar para empresas cárnicas que, a menudo, les proporcionan los animales recién nacidos o con la edad apropiada para proceder al engorde y los piensos necesarios, pero que les fijan precios casi como si fueran un oligopolio. El ganadero de una pequeña explotación corre, generalmente, con los gastos derivados de la construcción y mantenimiento de la instalación y con el pago de las sanciones por el posible incumplimiento de las normativas medioambientales, de bienestar animal y sanitarias. El problema es que los ingresos los tiene controlados por el empresario y único cliente
Como siempre son las grandes empresas y corporaciones las que sacan mayor ventaja, no invierten en instalaciones ni las mantienen, no se hacen responsables legales de casi nada, derivan el rechazo social a los titulares de las explotaciones y casi siempre salen con ventaja de los vaivenes de los mercados. Magro negocio a costa de un ganadero que más que propietario de una granja es un “autónomo” que trabaja para una de las empresas cárnicas que controlan la industria ganadera. El Estado debería facilitar e incentivar la constitución de empresas cooperativas que fueran capaces de modificar las condiciones impuestas por las grandes corporaciones que controlan actualmente la industria ganadera.
A pesar de todo, sean más o menos grandes las explotaciones de ganadería intensiva, son claramente necesarias. A parte de las evidentes razones económicas, la ganadería extensiva está condicionada por la máxima admisión de cabezas de ganado de cada ecosistema, considerando la sostenibilidad del medio en el que paste el ganado. Hay que evitar que la excesiva concentración de ganado en una determinada zona perjudique de tal manera al suelo que pueda llegar a verse disminuida su capacidad regeneradora, afectando a los pastos, la flora, la fauna y a las reservas hídricas. Un inadecuado y excesivo pastoreo también se puede provocar un efecto nocivo en la vegetación de la zona, debido al exceso de nitrógeno en los suelos.
Para evitar esos males es imprescindible que las autoridades responsables, normalmente autonómicas, se pongan las botas y salgan al campo para obtener los datos necesarios para determinar la capacidad sustentadora de cada zona de pasto, la capacidad de las reservas hídricas, etc. para, en consecuencia, determinar la carga ganadera que es capaz de sostener una zona concreta de su territorio.
Es igualmente necesario controlar del uso de fertilizantes que alteran químicamente los pastizales para que la hierba crezca más rápido y que influye sobre la forma en la que estos animales llevan a cabo la digestión.
SOSTENIBILIDAD de verdad, no de moqueta y a ojo de buen cubero. Porque una práctica adecuada y controlada de la ganadería extensiva supone unos beneficios tan importantes para los ecosistemas en los que se practica que hacen imprescindible su preservación y el apoyo a las instituciones. Creo que no hace falta enumerar las ventajas que supone una bien planificada ganadería extensiva para el medio ambiente, la biodiversidad y el bienestar animal. Pero me voy a permitir poner una pica en Flandes por una actividad muy ligada a este tipo de ganadería, la trashumancia. Lo hago porque estoy muy ligado a ella por amistad, por admiración e, incluso, como miembro de la Asociación Trasgredos.
Uno de los factores que, a lo largo de los siglos, en la Península Ibérica, más ha contribuido a mantener nuestros ecosistemas y la biodiversidad de éstos, han sido los movimientos de ganado herbívoro entre los agostaderos e invernaderos: LA TRASHUMANCIA.
En estos movimientos el ganado trashumante disemina semillas y abona el terreno de forma natural, por ello en nuestros pastos contamos con una importantísima biodiversidad de herbáceas. Tan es así, que en nuestra nación se encuentran cuatro de las siete regiones biogeográficas principales reconocidas por la Unión Europea (UE).
La biodiversidad de nuestros ecosistemas permite la conservación, entre otras, de especies animales que están o han estado en peligro de extinción; además facilita la invernada a millones de aves procedentes del norte y la alimentación y descanso de otras en su migración a África y en su vuelta a Europa. Tampoco nos podemos olvidar de que, a pesar de la ley que obliga a la retirada de los cadáveres de los animales que mueren en las zonas de estancia o en el movimiento del ganado, no se puede evitar que éstos sirvan de alimento a aves como el buitre leonado o el majestuoso quebrantahuesos, ya que algunas de esas carcasas pueden estar localizadas en zonas de difícil acceso, sobre todo en zonas de montaña o porque la rápida actuación de esas aves no de tiempo a la preceptiva recogida de los restos.
Por otro lado, nuestros pastos y bosques y la gran variedad de matorrales, piornales, jaraleras, rastrojos, etc. que, junto a las tierras de cultivables, suponen el 90% del territorio, “secuestran” más de 280 toneladas de carbono por hectárea y año, constituyendo un verdadero pulmón para nuestros hábitats y contribuyendo humildemente a la lucha contra el cambio climático.
No está fuera de lugar entonces decir que, si la trashumancia es uno de los factores que contribuye a lograr tales beneficios, debería estar mejor considerada y apoyada. Las administraciones no pueden quedarse sólo en las buenas palabras, en el apoyo u organización de eventos culturales y folclóricos, o en el apoyo a exposiciones y museos. Deben de tomarse en serio la recuperación y mantenimiento de la red de vías pecuarias y sus infraestructuras de apoyo (abrevaderos, corrales, chozos, descansaderos…), hoy día muy deteriorados. Tienen que lograr la coordinación normativa entre las diferentes administraciones y la simplificación de gestiones necesarias para el movimiento, saneamiento y vacunación del ganado trashumante.
No hay que olvidar que trashumar es duro, supone sacrificio personal, familiar y económico. Sacrificio que, para el trashumante, tiene su compensación moral en las ventajas antes expuestas y en los beneficios que supone para la salud y calidad de vida del ganado. Evidentemente es más cómodo, aunque supone un coste mayor, efectuar los movimientos de ganado en camión (el tren dejó de emplearse desde 1996, cuando la RENFE decidió suspender este servicio), pero la milenaria costumbre de la trashumancia recorriendo las vías pecuarias trae consigo, además, el logro de un valor añadido mediante la calidad de los productos que acompañan a esta actividad, como son los propios de la artesanía pastoril (cuero, lana, instrumentos musicales, cerámica…), los alimentarios (queso, carne, mantequilla, miel, mermelada, embutidos…) y los culturales (libros, guías y rutas turísticas y culturales, fotografía, vídeo…).
En estos últimos hay que hacer especial mención a la atracción turística que puede suponer la trashumancia, dando la posibilidad al turista de participar directamente en labores auxiliares, o de hacer rutas a pie, en bicicleta o caballo por esos corredores ecológicos que son las vías pecuarias y de disfrutar de alojamientos rurales en plena naturaleza. Todo ello constituye sin duda una posibilidad para fijar la población al medio rural e, incluso, para crear polos de actividad productiva, ganadera, turística y cultural que puedan atraer a la gente a zonas rurales.
Zaragoza, 17 de abril 2022
LUIS BAILE ROY
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